Lujo con alma cubana, La historia de Cuervo y Sobrinos y su regreso soñado



Cubano, amante de la moda, del arte y de las historias que no mueren.
Hay marcas que nacen de una fábrica. Otras, de una tendencia. Pero hay unas pocas que nacen del alma de una ciudad. Cuervo y Sobrinos es una de ellas.
Fundada en 1882 en La Habana por Ramón Fernández Cuervo, un visionario asturiano, y sus sobrinos, esta joyería-relojería no solo vendía tiempo: vendía una forma de vivirlo. Desde su boutique en la vibrante calle Muralla, Cuervo y Sobrinos se convirtió en la gran casa del lujo cubano durante las primeras décadas del siglo XX. La marca no tardó en abrir sucursales en París, Pforzheim y su propio taller en La Chaux-de-Fonds, Suiza, donde nacían piezas que combinaban la alegría tropical con la precisión suiza.
El esplendor de la marca reflejaba el alma cosmopolita de una Habana que bailaba entre el Art Déco, el jazz y el ron añejo. Winston Churchill, Albert Einstein, Ernest Hemingway, Pablo Neruda, Clark Gable… todos pasaron por su boutique. No solo eran compradores, eran parte de un momento. Cuando alguien vestía un Cuervo y Sobrinos, no vestía un reloj: vestía La Habana.


Pero los relojes no pueden detener el paso del tiempo. Con la llegada de la Revolución, la nacionalización y el cambio de modelo económico, Cuervo y Sobrinos cerró sus puertas en 1965. La boutique fue clausurada. La elegancia dio paso al silencio. Y así, la única firma de relojería de lujo originada en América Latina desapareció de su propia tierra.
Durante décadas, solo los coleccionistas más apasionados supieron de su existencia. Piezas vintage con su firma compartida junto a Rolex, Longines o Vacheron Constantin circulaban en subastas como reliquias. Como pequeños suspiros de una Cuba que fue.
Fue en 1997 cuando la historia giró una vez más. Dos empresarios europeos, Luca Musumeci y Marzio Villa, encontraron en esa historia olvidada una joya por resucitar. Y lo hicieron con respeto. Reinstalaron el corazón de la marca en Suiza, pero sin borrar sus raíces. Las colecciones actuales —Historiador, Prominente, Espléndidos— respiran el sabor cubano: los tonos cálidos, los detalles vintage, los nombres que evocan calles y ritmos habaneros. Incluso lanzaron modelos en homenaje a Ernest Hemingway o al Teatro San Rafael, como puentes entre el pasado y la esperanza.
En 2009, Cuervo y Sobrinos reabrió una pequeña boutique y museo en la Habana Vieja. Un gesto valiente. Pero aún no es lo mismo.



Como cubano, ver esa historia me emociona y me duele a la vez. Porque Cuervo y Sobrinos no es solo una marca, es parte de nuestra identidad, de esa Cuba elegante y culta que el mundo admiraba. En cada reloj hay un eco de lo que fuimos. Y tal vez, de lo que aún podemos volver a ser.

Guardo la esperanza —profunda, intacta— de que algún día, cuando Cuba sea libre, Cuervo y Sobrinos no solo regrese, sino que vuelva a latir desde su cuna, desde una Habana renacida, moderna y orgullosa de su herencia. Quiero ver esa boutique brillar en San Rafael como antes. Quiero que los cubanos podamos vestirla no como nostalgia, sino como presente. Porque las historias verdaderas no mueren. Se esperan.


by Diurán Salazar.

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